Qadesh tiene la interesante característica de ser la primera batalla documentada en fuentes antiguas, lo que la convierte en objeto de estudio minucioso por parte de todos los aficionados e investigadores de la ciencia militar, analistas, historiadores, egiptólogos y militares de todo el mundo. También es la primera que generó un tratado de paz documentado. Además, Qadesh tiene la importancia adicional de ser la última gran batalla de la historia librada en su totalidad con tecnología de la Edad del Bronce. Ocurrió en el año 1274a.C cerca de la ciudad de Qadesh
Ramsés II reunió a su ejército en las dos grandes bases militares de Delta y Pi-Ramsés. En el noveno día del segundo mes del verano de 1300 a. C., sus tropas rebasaron la ciudad-fortaleza fronteriza de Tjel y se internaron en Gaza por el camino de la costa mediterránea. Desde allí, tardaron un mes en llegar hasta el campo de batalla previsto, bajo las murallas de la ciudadela de Qadesh. El faraón iba a la cabeza de sus fuerzas, montado en su carro de guerra y empuñando su arco.
Los cuatro cuerpos de ejército marcharon por rutas distintas.El Primero y el Segundo Cuerpos avanzaron a lo largo de la orilla oriental del Orontes, mientras que los dos restantes lo hicieron en rutas paralelas por la orilla oeste, entre el río y el mar.
El ejército hitita en efecto se encontraba tras los muros de Qadesh la Vieja, pero Muwatallis había establecido su puesto de comando en la ladera noreste del tell (colina o promontorio) en que se levantaba Qadesh, puesto elevado que, si bien no le permitía observar el campamento enemigo, si le daba una clara ventaja de inteligencia.
Mientras el Segundo Cuerpo apretaba el paso en dirección norte, apurándose hacia el campamento de Ramsés en cumplimiento de las instrucciones llevadas por el visir, se aproximó a la ribera del río Al-Mukadiyah, un afluente del Orontes que rodeaba la base del monte donde se hallaba edificada Qadesh y luego discurría hacia el sur.
La visibilidad era muy mala, porque el tiempo había estado seco durante meses y el polvo levantado por miles de pies y las ruedas de los carros flotaba en el aire y tardaba mucho en asentarse.
Las márgenes del río estaban cubiertas de vegetación, llenas de matorrales, arbustos y aún árboles que no permitían a los egipcios ver el agua ni lo que se encontraba más allá.
Ataque al cuerpo de Ra.
Cuando P´Ra estuvo a 500 metros del río, sobrevino la sorpresa: de la línea de vegetación de Al-Mukadiyah —a la derecha de los egipcios en marcha— emergió una enorme masa de carros de guerra hititas, que se arrojaron sobre la columna. Los carros egipcios que custodiaban la derecha de la fila fueron arrollados y destruidos por la marea de vehículos, caballos y hombres que seguían surgiendo de entre los árboles y no daban muestras de terminar. Lanzados al galope, los carristas hititas supieron que debían aprovechar la enorme inercia de sus carros, y azuzaron aún más a las bestias, que en loca carrera aplastaron la derecha egipcia. Atravesando las filas de infantes como un fuego, los hititas siguieron hacia el oeste, destrozaron los carros de la izquierda y dispersaron a los enemigos, alanceándolos desde los vehículos. Las dos filas de carros egipcios se derrumbaron, su formación de marcha —totalmente inadecuada para sobrevivir a un asalto lateral— se desintegró, y los pocos infantes sobrevivientes se dispersaron para ponerse fuera del alcance de las picas enemigas.
La disciplina egipcia desapareció ante este ataque sorpresa (ver controversia), y antes de que los últimos carros hititas acabaran de salir de entre los árboles, el Segundo Cuerpo de Ejército ya no existía. De los sobrevivientes, los que iban en cabeza se apuraron hacia el campamento de Ramsés, mientras que la retaguardia debe haber corrido al sur en busca de la protección del Cuerpo de Ptah que venía aproximándose en la lejanía.
Todo lo que quedaba de la formación egipcia era una senda sangrienta pulverizada por las ruedas de los carros y los cascos de sus caballos, y varios miles de cadáveres tendidos en las arenas del desierto.
Los carros egipcios de la vanguardia soltaron riendas y galoparon al norte hacia el campamento para avisar a Ramsés del ataque inminente. Mientras tanto, los carros hititas habían alcanzado la gran planicie al oeste, de un tamaño tal que les hubiese permitido girar en ángulo abierto y regresar para cazar a los sobrevivientes. Pero en lugar de hacer eso, viraron hacia el norte y se dirigieron a atacar el campamento de Ramsés II.
Ramsés había dispuesto que varias unidades de carros y compañías de infantería permanecieran de guardia, listas para la acción, en el interior del recinto cercado por escudos. A pesar de la confianza en que P´Ra y Ptah, en cumplimiento de las urgentes órdenes del visir, llegarían más tarde ese día, y Sutekh al día siguiente, y tal vez el 12 los ne´arin que venían del norte desde Amurru atravesando el valle del Eleuteros, muchos vigías se hallaban apostados en los cuatro lados del campamento observando la lejanía. Su tarea se veía dificultada por el aire caliente del desierto que distorsionaba las formas y por el polvo suspendido que refractaba la luz.
Ataque sobre el campamento egipcio.
Los vigías del frente sur gritaron sus alarmas al mismo tiempo que los del lado oeste: mientras que los primeros anunciaban la frenética carrera de los carros sobrevivientes de P´Re, los segundos acababan de visualizar la enorme formación de vehículos hititas que se lanzaba hacia ellos.
Aún antes de que los senenys de P´Ra entraran al campamento y comenzaran a explicar lo sucedido, todas las tropas se hallaban ya en zafarrancho de combate: en pocos minutos, los carros hititas se abalanzaron sobre el ángulo noroeste de la pared de escudos, la demolieron y penetraron en el campamento. La fila de escudos, el foso y las numerosas tiendas, carros y caballos trabados que encontraron a su paso comenzaron a detenerlos y a hacerles perder su inercia inicial, mientras que los defensores trataban de atacarlos con sus espadas khopesh en forma de guadaña. El asalto degeneró rápidamente en una salvaje melée cuerpo a cuerpo. Los carros hititas se empujaban unos a otros porque el espacio interior no era suficiente para todos, de modo que muchos de ellos no pudieron ingresar y debieron luchar desde el exterior de la muralla de escudos y el foso defensivo.
Muchos egipcios murieron, y también numerosos hititas que, derribados de sus carros por las colisiones contra sus compañeros u obstáculos fijos, eran rápidamente sacrificados en tierra con un golpe de khopesh.
La guardia personal del faraón (los sherden) rodeó su tienda, dispuesta a defender al rey con sus vidas. Ramsés II, por su parte —según nos informa el Poema—, "se colocó su armadura y tomó sus arreos de batalla", organizando la defensa con los sherden (que disponían de carros e infantería) y varios otros escuadrones de carros de guerra que se hallaban estacionados al fondo del campamento (esto es, en su lado oriental).
La guardia del rey puso a los hijos de Ramsés —entre los que se encontraba el mayor de los varones, Prahiwenamef, que en ese entonces era el heredero al trono ya que sus dos hermanos habían muerto en la infancia— a buen recaudo en el extremo oriental, que no había sido atacado.
El faraón se colocó la khepresh (corona) azul y, gritando órdenes a su conductor (kedjen) personal, llamado Menna, montó en su carro de batalla.
Empuñando su arco y poniéndose a la cabeza de los carros sobrevivientes, Ramsés II salió del campamento por la puerta este y, girando al norte, lo rodeó hasta llegar a la esquina noroeste, donde los carros hititas se hallaban embotellados en incómoda confusión y, por lo mismo, casi indefensos. La atención de los invasores no se dirigió a los carros egipcios que los atacaban por retaguardia y el flanco izquierdo: estaban absortos tratando de ingresar al campamento. Recuérdese que Muwatallis les había quitado su paga, prometiéndoles solamente la parte del botín que pudiesen capturar. Por lo tanto, la primera prioridad de los hititas era tomar los bienes posibles del campamento egipcio, especialmente el enorme y pesado trono de oro del faraón.
Su ambición los perdió: el superior alcance de los arcos egipcios provocó una gran masacre sobre las tripulaciones hititas que aún no habían conseguido entrar, blancos fijos que se convirtieron en presa fácil para los experimentados tiradores egipcios. Tan amontonados se encontraban los hititas, que los disciplinados arqueros egipcios no necesitaban apuntar para hacer blanco en un hombre o un caballo.
Lentamente los hititas reaccionaron: espoleando a sus animales intentaron abandonar el combate y darse a la fuga por la llanura del oeste, en sentido opuesto al que habían venido. Pero sus caballos, al revés que los del enemigo, estaban fatigados, y sus carros eran más lentos y pesados. Los que ganaron la planicie trataron de dispersarse para no ofrecer un blanco tan obvio, pero los carros egipcios se lanzaron en su persecución.
Muchos murieron bajo las khopesh de los menfyt al caer de sus carros, que chocaban contra otros o se volcaban al tropezar con caballos muertos, y muchos otros cayeron bajo la temible precisión de los arqueros enemigos.
Al cabo de escasos momentos, el desierto al sur y al oeste del campamento estaba cubierto de cadáveres, a tal punto que Ramsés exclama en el Poema: "Hice que el campo se tiñera de blanco [en referencia a los largos delantales que llevaban los hititas] con los cuerpos de los Hijos de Hatti".
Derrotados completamente los hititas, con unos pocos sobrevivientes dispersos y en fuga, los menfyt se dedicaron a recorrer metódicamente el campo de batalla, rematando a los heridos y amputándoles las manos derechas. Este método, mostrado muchas veces como un ejemplo de la crueldad de los egipcios, era en realidad un recurso administrativo. Las manos cortadas se entregaban a los escribas, quienes, contándolas meticulosamente, podían hacer una estadística fidedigna de las bajas enemigas.Apenas asaltado el campamento por esta escasa fuerza, los carros hititas fueron arrollados por una gran fuerza de carros que llegaba desde el norte. Se trataba de los carros amorreos, los ne´arin, que aparecían providencialmente en ese momento de zozobra egipcia. Más atrás venía la infantería pesada de Amurru. El reporte escrito en las paredes del templo funerario de Ramsés, en Tebas, dice textualmente a este respecto: "Los Ne´arin irrumpieron entre los odiados Hijos de Hatti. Fue en el momento en que estos atacaban el campamento del faraón y conseguían penetrarlo. Los Ne´arin los mataron a todos".
Como un dejà vu de la primera parte del combate, todo se repitió: los amorreos ametrallaron con sus flechas a los carros hititas que luchaban por ingresar a través de una brecha en el muro de escudos. Al intentar retroceder para salir de allí y huir nuevamente a la relativa seguridad de la orilla oriental del Orontes, ocurrió otro hecho que selló la suerte hitita: mientras comenzaban a vadear las aguas, hicieron su aparición desde el sur algunas unidades de carros que volvían de la caza y persecución de la otra fuerza, acompañadas por los elementos avanzados de carros e infantería pertenecientes al Cuerpo de Ptah que se hacía presente en el momento preciso.
La muerte llovió sobre los hititas en el camino hasta el río, en las orillas y aún en el centro del agua: muchos fueron asaetados, otros aplastados por los carros y los más murieron ahogados al ser arrojados fuera de sus vehículos, agobiados y arrastrados al fondo por el peso de sus armaduras.
iberados los prisioneros hititas de alto rango, la línea de acción de Muwatallis quedó muy clara. La principal fuerza ofensiva de su ejército —los carros— había sido destruida, y, asimismo, muchos jefes y dignatarios habían muerto en el ataque de los ne´arin.
No había podido explotar la ventaja táctica de haber llegado primero al campo de batalla al ser obligado a combatir prematuramente tras el encuentro fortuito de sus carros con la columna egipcia, por lo que estaba claro que la batalla se había perdido.
Ramsés tenía, en cambio, dos cuerpos de ejército frescos y completos, y los sobrevivientes de los otros dos fuertemente motivados por las ejecuciones sumarias que acababan de presenciar.
Sin embargo, las fuerzas egipcias de Ptah, Sutekh y ne´arin no eran suficientes para mantener la hegemonía egipcia en la región, y el rey hitita se dio cuenta de ello. Los deseos de Ramsés de sostenerse como potencia reteniendo Qadesh acababan de esfumarse y, en esas condiciones de derrota táctica y posible empate técnico estratégico, lo mejor era solicitar un armisticio. Qadesh quedaba en manos egipcias, pero era imposible que Ramsés pudiera quedarse allí para cuidarla. Debería regresar a Egipto para lamerse las heridas de sus grandes pérdidas y ello representaría la restauración del dominio hitita sobre Siria.
Por lo tanto, Muwatallis envió una embajada a solicitar la tregua y Ramsés, al aceptarla, reveló a los egipcios una debilidad que se confirmaría por los hechos posteriores.n a todos".Como un dejà vu de la primera parte del combate, todo se repitió: los amorreos ametrallaron con sus flechas a los carros hititas que luchaban por ingresar a través de una brecha en el muro de escudos. Al intentar retroceder para salir de allí y huir nuevamente a la relativa seguridad de la orilla oriental del Orontes, ocurrió otro hecho que selló la suerte hitita: mientras comenzaban a vadear las aguas, hicieron su aparición desde el sur algunas unidades de carros que volvían de la caza y persecución de la otra fuerza, acompañadas por los elementos avanzados de carros e infantería pertenecientes al Cuerpo de Ptah que se hacía presente en el momento preciso.La muerte llovió sobre los hititas en el camino hasta el río, en las orillas y aún en el centro del agua: muchos fueron asaetados, otros aplastados por los carros y los más murieron ahogados al ser arrojados fuera de sus vehículos, agobiados y arrastrados al fondo por el peso de sus armaduras.
iberados los prisioneros hititas de alto rango, la línea de acción de Muwatallis quedó muy clara. La principal fuerza ofensiva de su ejército —los carros— había sido destruida, y, asimismo, muchos jefes y dignatarios habían muerto en el ataque de los ne´arin.No había podido explotar la ventaja táctica de haber llegado primero al campo de batalla al ser obligado a combatir prematuramente tras el encuentro fortuito de sus carros con la columna egipcia, por lo que estaba claro que la batalla se había perdido.Ramsés tenía, en cambio, dos cuerpos de ejército frescos y completos, y los sobrevivientes de los otros dos fuertemente motivados por las ejecuciones sumarias que acababan de presenciar.Sin embargo, las fuerzas egipcias de Ptah, Sutekh y ne´arin no eran suficientes para mantener la hegemonía egipcia en la región, y el rey hitita se dio cuenta de ello. Los deseos de Ramsés de sostenerse como potencia reteniendo Qadesh acababan de esfumarse y, en esas condiciones de derrota táctica y posible empate técnico estratégico, lo mejor era solicitar un armisticio. Qadesh quedaba en manos egipcias, pero era imposible que Ramsés pudiera quedarse allí para cuidarla. Debería regresar a Egipto para lamerse las heridas de sus grandes pérdidas y ello representaría la restauración del dominio hitita sobre Siria.Por lo tanto, Muwatallis envió una embajada a solicitar la tregua y Ramsés, al aceptarla, reveló a los egipcios una debilidad que se confirmaría por los hechos posteriores.
DESARROLLO DE LA BATALLA:
TAMBIÉN EXISTEN VÍDEOS QUE EXPLICAN EL DESARROLLO DE LA BATALLA:
Guerras de la historia
Gerras de la historia es un blog en el que publicaré las batallas y guerras más importantes que han ocurrido a lo largo de la histora.
jueves, 9 de junio de 2011
lunes, 6 de junio de 2011
Comienzo de la IIguerra mundial en el pacífico
La Segunda Guerra Mundial fue un conflicto global en el que se enfrentaron las Potencias Aliadas y las Potencias del Eje, entre 1939 y 1945. Fuerzas armadas de más de setenta países participaron en combates aéreos, navales y terrestres. Por efecto de la guerra murió alrededor del 2% de la población mundial de la época (unos 60 millones de personas), en su mayor parte civiles.
Los estadounidenses y británicos al ver la posibilidad de que Japón les declarara la guerra recortaron los suministros de petróleo que necesitaba. La respuesta de Japón no se haría esperar, ya que en Diciembre de ese mismo año atacaron Pearl
El objetivo del ataque, dirigido por el vicealmirante Chuichi Nagumo, era neutralizar la flota enemiga por un largo período, con el objetivo de ocupar las colonias occidentales en el sudeste de Asia, para poder romper el embargo económico al que Japón estaba siendo sometido desde el año anterior.El ataque destruyó 13 buques de guerra y 188 aeronaves, y mató a 2.403 militares y 68 ciudadanos estadounidenses. Sin embargo, los tres portaaviones estadounidenses de la Flota del Pacífico no estaban en el puerto y por lo tanto no fueron atacados. La flota estadounidense en el Pacífico tardó en recuperarse entre seis meses y un año. Los japoneses perdieron 64 militares.
Las máquinas japonesas que llevaron estos para el ataque fueron:6 portaaviones, 2 acorazados, 2 cruceros pesados, 1 crucero ligero, 8 destructores, 81 cazas, 135 bombarderos en picado, 104 bombarderos horizontales, 40 bombarderos torpederos, 3 cargueros de combustible y 1 buque de suministros.
Después del ataque, el presidente Franklin Delano Roosevelt declaró la guerra a Japón, y cuatro días después, Hitler declaró la guerra a los Estados Unidos.
Los estadounidenses y británicos al ver la posibilidad de que Japón les declarara la guerra recortaron los suministros de petróleo que necesitaba. La respuesta de Japón no se haría esperar, ya que en Diciembre de ese mismo año atacaron Pearl
El objetivo del ataque, dirigido por el vicealmirante Chuichi Nagumo, era neutralizar la flota enemiga por un largo período, con el objetivo de ocupar las colonias occidentales en el sudeste de Asia, para poder romper el embargo económico al que Japón estaba siendo sometido desde el año anterior.El ataque destruyó 13 buques de guerra y 188 aeronaves, y mató a 2.403 militares y 68 ciudadanos estadounidenses. Sin embargo, los tres portaaviones estadounidenses de la Flota del Pacífico no estaban en el puerto y por lo tanto no fueron atacados. La flota estadounidense en el Pacífico tardó en recuperarse entre seis meses y un año. Los japoneses perdieron 64 militares.
Las máquinas japonesas que llevaron estos para el ataque fueron:6 portaaviones, 2 acorazados, 2 cruceros pesados, 1 crucero ligero, 8 destructores, 81 cazas, 135 bombarderos en picado, 104 bombarderos horizontales, 40 bombarderos torpederos, 3 cargueros de combustible y 1 buque de suministros.
Después del ataque, el presidente Franklin Delano Roosevelt declaró la guerra a Japón, y cuatro días después, Hitler declaró la guerra a los Estados Unidos.
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